Cambiar las bombillas, apagar la tele y el PC, conducir menos, revisar los neumáticos, reciclar, evitar mucho embalaje, consumir menos agua caliente, vigilar los electrodomésticos, ajustar el termostato, plantar un árbol… ¡Y mucho más! Todos podemos participar en la lucha contra el cambio climático.

Vista de uno de los mayores experimentos activos de cambio climático instalado en un ecosistema nativo (bosque de eucalipto en Australia). EucFACE

Vista de uno de los mayores experimentos activos de cambio climático instalado en un ecosistema nativo (bosque de eucalipto en Australia). EucFACE

En cualquier profesión hay espacio para contribuir con nuestro talento a paliar el calentamiento global. Por ejemplo, un comerciante que elige y recomienda a sus clientes productos de origen local, un equipo de arquitectos e ingenieros que diseñan espacios energéticamente autosuficientes, un agricultor que escoge las especies más adecuadas al terreno que cultiva, un administrativo que elige trayectos en tren en lugar de en avión para sus colaboradores o un artista que a través de su obra pone en valor la biodiversidad local.

La mala noticia es que aun así, lo más probable es la temperatura de la Tierra aumente hasta 2°C antes de finales de siglo (no hay más que ver lo rápido que hemos llegado a las 400 ppm de CO2 desde que se firmó el protocolo de Kyoto), pero lo que es más importante, no podemos sobrepasar los 2°C y debemos averiguar cómo vamos a convivir de forma pacífica en este escenario de cambio climático. Un escenario de cambio climático con un aumento de temperatura por encima de los 2°C tendría unas consecuencias devastadoras para nuestra convivencia. Uno de las consecuencias más preocupantes es el aumento de la población sin acceso a agua potable, que además sufriría simultáneamente una escasez en el suministro de alimento. Esto desembocaría inevitable en éxodos masivos de la población, con la consiguiente inestabilidad política y social. La buena noticia es que ya contamos con las herramientas y el conocimiento necesarios para evitar que esto ocurra.

La temperatura de la superficie de la Tierra ha aumentado entre 0.5 y 1 °C desde la era pre-industrial y se prevé que aumente hasta 2-6 °C de aquí a finales de siglo. Este aumento de temperatura tiene como consecuencia inmediata un aumento de la evaporación de los océanos y la alteración de la circulación de las masas de aire y agua, que a su vez modifica los patrones globales de precipitación. A esto se suma un aumento de la frecuencia, intensidad y duración de los eventos climáticos extremos: olas de calor y de frío, huracanes, lluvias torrenciales e incendios.

Esta velocidad de aumento de la temperatura de la Tierra no tiene precedentes en la historia geológica de la Tierra. Esto es lo que ilustra el archiconocido gráfico del palo de hockey (‘the hockey stick’), y sus múltiples versiones, que son una constante en los informes del grupo intergubernamental de expertos sobre el cambio climático, IPCC.

La causa última de este calentamiento es el aumento de la concentración en la atmósfera de los gases de efecto invernadero que atrapan y emiten radiación térmica infrarroja de origen solar. Estos gases son el dióxido de carbono (CO2), el metano (CH4), los óxidos de nitrógeno (NOx), el ozono (O3) y el agua; sí, sí el agua y el ozono (el ozono en altas cantidades en las capas bajas de la atmósfera es tóxico para las plantas y animales).

El aumento de todos ellos, excepto el agua, es consecuencia directa de actividades de origen antropogénico: la quema de combustibles fósiles (carbón, petróleo y gas natural), la agricultura, la ganadería, la deforestación y otros cambios en los usos del suelo, como la urbanización. El aumento de la concentración de vapor de agua es consecuencia indirecta de lo anterior, ya que se debe a una mayor evaporación debida al calentamiento. De todos ellos, el que más y más rápido ha aumentado es el CO2, desde las 280 partes por millón (ppm) de la era pre-industrial hasta las 400 ppm de hoy en día.

Todo esto es una retahíla de sobra conocida en la comunidad científica, pero en determinados entornos aún parece necesario recordarlo. En este escenario, los ciudadanos, políticos y gestores de los países ricos no se han quedado de brazos cruzados. Nuestros expertos y dirigentes tienen a su disposición las bases científicas que explican el origen de este cambio climático, su impacto sobre la biodiversidad y el funcionamiento de los ecosistemas, las predicciones climáticas para el siglo XXI y sobre todo el impacto económico y social que tiene sobre las personas. Del mismo modo, es nuestro deber como ciudadanos actuar siempre y en todos los ámbitos de nuestra actividad de forma responsable con el medio que nos rodea.

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