Este post representa únicamente la opinión particular de su autor, el cual ha sido invitado a compartirla a través de CNMCblog por su reconocido prestigio. La CNMC no asume como propias las opiniones expresadas. Con su publicación simplemente quiere contribuir a enriquecer un debate que debe ser abierto y plural.


 
*** Arseni Gibert ha sido presidente de la Autoridad Catalana de la Competencia y director general de Defensa de la Competencia del Gobierno de la Generalitat  de Catalunya
Un interesante paper (aquí) del francés N. Colin rememora que el economista Karl Polanyi publicó en 1944 una excelente descripción de la larga transición entre dos modelos económicos radicalmente distintos; el que a partir del final del siglo XIX se empieza a desmoronar y que -simplificando- podríamos denominar como del patrón oro, hasta el que convencionalmente hemos llamado de la economía fordiana, que se consolida ya avanzado el siglo XX. Nuevos modelos de producción, nuevos paradigmas sociales e ideológicos (entre los cuales el nuevo rol de las políticas intra estatales de competencia más allá de la pugna entre libre comercio y proteccionismo), nuevas instituciones, nuevas reglas del juego. Sin olvidar conflictos comerciales y armados de por medio, en parte vinculados al cambio.
Y lo rememora, en torno de una reflexión sobre el Brexit, para comparar aquella transición con el actual paso de la economía fordiana a la economía matemática o digital. Según Colin se trata de un nuevo momento Polanyi, un gran cambio. Solo que todavía más radical, más global, mucho más veloz y de mayor trascendencia e incertidumbre que el anterior.
Si cito y recomiendo este paper, que a mi parecer invita a lecturas más amplias y ambiciosas, es tan solo para apuntar dos modestas observaciones: 1) el rechazo al bautizo de la economía digital con el impropio y un poco cursi nombre de economía colaborativa; y 2) un toque de alerta ante la gravedad de la débil actitud proactiva y -en este caso sí colaborativa- entre administraciones públicas, ámbitos académicos vinculados, empresariado y medios de comunicación. Insuficiente por poco dispuesta a comprender, analizar y afrontar el gran cambio que inexorable y vertiginosamente avanza y se instala. Para quedarse.
No se podrá hacer frente a los enormes retos de la nueva economía con gobiernos de todo nivel convencidos de que están ante un problema convencional de regulación, que confían a sus expertos reguladores tradicionales, la mayoría de ellos sin ninguna idea mínimamente clara sobre el fenómeno. Con gobiernos a los que les parece fantástico el intercambio colaborativo p2p cuando el sector que se siente afectado no tiene capacidad de presión, pero cree posible poner puertas al campo (y al cambio) cuando el lobby correspondiente sí tiene capacidad de presión y lo que resulta más confortable es atender sus peticiones y prohibir o frenar lo inexorable. Con gobiernos que no parecen comprender que sus estructuras lentas e inercias ancestrales deben cambiar radicalmente e incorporar las dosis necesarias del espíritu empresarial derivado de los nuevos paradigmas económicos.
En términos reales y efectivos, la película es totalmente nueva. Pero en términos conceptuales no. Tiene antecedentes, algunos incluso reviven con fuerza: contra el libre comercio, aranceles; el ludismo de los artesanos ingleses contra las máquinas; la huelga de cerilleras madrileñas contra los mecheros primitivos; preferir los lobbys a la sombra que al sol y protegerlos de la la competencia con regulación clientelar.
Y eso es lo que parece ocurrir en Europa y tal vez en casi todo occidente. Pero no en todo el mundo. No en Asia ni en Oceanía. Tampoco en algunas zonas de América. Tal vez el ejemplo más claro (con virtudes y defectos, con soluciones sin duda mejorables) sea Corea del Sur: salvo los de lujo, tienden a desaparecer los hoteles y son substituidos por el alquiler generalizado de habitaciones en casas particulares (la mayoría de nuevas viviendas ya se construyen con dos entradas, una para los huéspedes y otra para la familia); la industria más robotizada del mundo tiene tan solo un 3% de paro (no deberíamos temer tanto a los robots ni a los drones, están ahí y también para quedarse); y algo no deseable pero tal vez solo evitable asumiendo la realidad: 67% de la población trabaja como Autónomo con varios trabajos (alquiler de habitaciones, repartos domiciliarios, transporte de pasajeros; etc.), todos ellos vinculados a la inmensa y creciente gama de variantes de la economía digital.
Tal vez convendría estudiar y eventualmente copiar regulaciones adecuadas. Cerrar o abrir lentamente los ojos a la realidad puede suponer nada menos que la decadencia. Y dada la velocidad del cambio, una decadencia probablemente sin vuelta atrás

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